El amor y su falta
Por Helmuth H.
Medina Bolaño
<< Cada ser humano forma parte de una historia de la cual no podemos deslindarnos y a la cual hay que llegar para poder reconstruirla y comprenderla, pero justamente somos unos sujetos en desconocimiento, que viven sin entender el ¿por qué?, el ¿Cuándo o el cómo?>>
A través de la experiencia teórica y clínica se tiene la posibilidad de poder <<leer>> -percibir, escuchar- claramente como muchas personas han vivido y aún continúan confiando en la promesa que algún día encontrarán su completud la horma para sus zapatos, su media naranja. Esperando ese amor imaginario, <<al otro que voy a llenar, y el cual, me llenare a mi plenamente… y poder ser felices y comer perdices>>
No se
quiere, ni se busca al ser humano real con limitaciones, dones, defectos,
virtudes, si no que se ama lo que uno
cree que ella (él) es, o lo que uno desea que sea – “yo te amo porque sé que tú eres
comprensiva eres como te he soñado, yo sé que eres buena, linda, me tratas bien,
eres chévere. etc”. Hasta que se estrella contra la realidad y vienen
los problemas, los resentimientos, claro que algunos se empeñan en esperar que
su pareja algún día cambie (“y sea como yo quiero”), en hacerle cambiar, o
someterse a costa de su esencia como sujeto (“yo seré lo que tú quieres que sea" "Haré lo que me pidas”).
El psicoanálisis plantea que el ser hablante
(humano) es primordialmente un ser demandante, y toda demanda es de amor, se
busca quien satisfaga nuestras demandas sin percatarnos que él también tiene su
carencia, su falta.
Deseamos lo que no tenemos, lo buscamos en el
otro creyendo encontrarlo allí, pero el otro también está en falta y es entonces cuando comienza el problema, la
queja, el inconformismo. Porque no pueden darnos lo que nos hace falta, no
podemos dar lo que no tenemos.
A pesar de todo esto muchas parejas continúan unidas, algunas
comprendiendo que no son dos medias naranjas, sino dos naranjas completas,
otras viviendo de falsas esperanzas, o sucumbiendo una parte ante la otra.
Contra todas las vicisitudes y cumpliendo con
sus añoranzas muchas parejas y emprenden uno de los fines más antiguos, para la
perpetuidad de la raza humana, la procreación. Para muchas el embarazo es
tomado como una respuesta a sus ruegos, este viene a servir como un mediador en
la relación, medio de unión o de parche que llenará o tapará la falta (el niño
como un deseo). Ya desde allí- y mucho antes- este niño que aún no ha nacido
tiene un lugar. Lugar que es dado por los padres. El embrión está siendo
espectador pasivo de una historia- de la cual forma parte- tejida a través del
lenguaje, historia hecha de juramentos, oráculos de palabras que nos remontan a
generaciones anteriores.
La madre en este tiempo puede tropezar con dos
o mil maneras de vivir su maternidad, puede acabar transformada o destruida por
ella. El niño que ha de llegar puede ser percibido como una amenaza dirigida
contra la integridad narcisista de la madre, o esperado como un héroe (que
tendrá que vengarla del infortunio de la vida).
Al nacer el niño, la madre se siente despojada
de él. El niño a veces es vivido, en un nivel fantasmático, de una manera muy
diferente a la que ha llevado en su vientre, al que ha esperado. Es posible que
la mujer experimentó su embarazo como un
triunfo ahora pueda sentirse paradójicamente más desamparada que cualquier
otra, y la madre que ha ido sacudid profundamente por su narcisismo no se
reconozca en el niño y éste no consiga educarla rompiéndose a sí todo
entendimiento.
Hay que tener en cuenta también, que la capacidad
de la madre de ser maternal (receptiva) con su hijo le viene dada por la forma
como ella siendo muy niña recibió a su vez un trato maternal, que, siendo ya
adulta encuentra el sostén de un grupo involucrado por la llegada de su hijo. O
sea, que su capacidad maternal se reactualiza por la cultura en que se halla
inserta.
El recién nacido por su parte pierde todo los
privilegios que gozaba dentro del vientre materno, no tiene ya complemento
anatómico, y su estado de satisfacción y
equilibrio ha cesado. Es entonces cuando aparece en él la falta, la falta
esencial, un vacío, la necesidad de oxígeno, de agua, de comodidad, de
alimento… etc. La incapacidad del niño para satisfacer por sí mismo sus
exigencias orgánicas requiere y a la vez justifica la presencia del otro; otro
sin el cual es imposible la existencia y la supervivencia. El estado de tensión
por la insatisfacción – privación origina manifestaciones corporales en el
infante, que toman el valor de signos para ese otro, que es quien aprecia y
decide comprender que el niño está en estado de necesidad y así satisfacerla.
En estas primeras experiencias no hay ninguna intencionalidad por parte del
niño. Por el contrario, esas manifestaciones toman sentido porque el niño es
ubicado dentro de un universo de comunicación donde la intervención del otro es
una respuesta a algo que se ha considerado una demanda (manifestación
corporal). El otro remite al niño a través de su intervención un universo
semántico, lo inscriben un universo de discurso, que es el suyo, es el discurso
del otro.
La madre, es entonces otro privilegiado con
respecto al niño, es promovida a la categoría de Otro, y lo somete (al niño) al
universo de sus propios significantes.
El aporte
de alimento como respuesta de lo que se interpretó como una supuesta
demanda es entonces la proyección del deseo del otro.
Esta experiencia primera de satisfacción deja
una huella, una huella mnésica en el aparato psíquico del niño – En la
memoria-.
Cuando el infante es satisfecho en su
necesidad, se distensiona. Y este evento tiene para la madre un sentido, un
valor de mensaje, que el niño dirigiría como un testimonio de reconocimiento –
este sentido se basa en el deseo que la madre confirió -, ante esto ella
responde con gestos y con palabras que serán para el niño la fuente de una
prolongada distensión. Esta respuesta es la que va a hacer gozar verdaderamente
al niño, más allá de la satisfacción de su necesidad. El amor de la madre agrega
un goce extra a la satisfacción de la necesidad propiamente dicha. A través de
esta experiencia de satisfacción – y desde allí- el niño es capaz de desear por
medio de una demanda dirigida al Otro.
Cuando en el niño aparece una nueva necesidad
este reconstruirá la situación de la primera satisfacción, la huella amnésica es
reactivada – a través de la memoria funcionando como una presentación anticipada de la satisfacción. Se satisface
la necesidad presente –real- por medio de la satisfacción alucinatoria – el
recuerdo-. La reaparición de la percepción es la realización del deseo.
La demanda como expresión del deseo, es doble. Más allá de la demanda de satisfacción de la necesidad, se perfila la demanda de algo más que es ante todo una demanda de amor y está formulada y dirigía al prójimo.
La demanda como expresión del deseo, es doble. Más allá de la demanda de satisfacción de la necesidad, se perfila la demanda de algo más que es ante todo una demanda de amor y está formulada y dirigía al prójimo.
El lactante Humano para suplir sus
requerimientos y sobrevivir depende de
otros, con los cuales) si no logra comunicarse cumple las expectativas de estos
encontrará un destino marcado por la fatalidad. El niño se encuentra atrapado
en el discurso de los padres, preso de su historia, de una historia que vas más
allá delas fronteras intergeneracionales, es un sujeto que independientemente a
la edad que posea se desconoce, que tiene marcas y deseos que lo esperan desde
ante de nacer y que ayudan a determinar su lugar simbólico, real e imaginario.
Dr. Helmuth H. Medina Bolaño
Psic, DHom Med.;B.A Sc. Health
No hay comentarios:
Publicar un comentario