¿Por qué somos
infelices?
Por
Helmuth Harold Medina Bolaño
En el artículo anterior examinamos
algunos de los impedimentos que nos
hemos inventado para no ser felices, continuemos hoy pues analizando de manera
natural ésta situación que ha perturbado
al hombre desde tiempos remotos y que le
seguirá trastornando hasta tanto no tome conciencia de ello.
¿Por qué somos infelices? Esta pregunta todos en algún momento de nuestra vida nos la planteamos y para su respuesta nos toca inevitablemente transitar por caminos abandonados, escabrosos, y colmados de telarañas que no hemos querido recorrer por no tener el vehículo adecuado ni el valor para hacerlo.
Estos caminos que el hombre vive evitando, son justamente los que conducen hacia el conocimiento de nuestra interioridad, que es donde se encuentra el reino de la felicidad.
Es tanta la suciedad que empaña a nuestro cristal que nos es casi imposible contemplar ese capullo radiante que está en todos nosotros deseoso de florecer, por el primer paso que tenemos que dar para que brote verdaderamente la felicidad es comenzar a limpiar nuestra mente de tantos perjuicios, de tantos condicionamientos, despertar del estado de sonambulismo en el que vivimos.
La vida nos da muchas veces la posibilidad de ser felices pero por no estar conscientes, atentos no escuchamos ese suave murmullo y nos lo perdemos, otras veces al no ser auténticos, sinceros con nosotros mismos aceptamos vivir de una manera con la cual no vibramos perdiéndose así la armonía, pudiendo ser el más grande pintor nos dedicamos a la contabilidad, alguien que pudo ser un maravilloso médico, es comerciante y así terminamos sin darnos cuenta en un lugar equivocado y con las personas equivocadas.
Parece increíble, parecería que la gente disfrutara ser infeliz, solamente son felices cuando hablan una y otra vez de su infelicidad, exageran sus penas. Están pasando un buen rato y alguien le pregunta: hola Andrea ¿cómo estás? Y enseguida responde - mal, muy, pero tú no tienes la culpa, imagínate sin dinero, sin casa, enferma, me duele la cabeza, las rodillas, estoy estreñida y sin nadie que me ayude, ¡porque a mí nadie me quiere!, todos me dan la espalda… etc. Hubiera sido mejor no preguntar nada y fue solo darle un poco de cuerda. Si tú hablas de tu felicidad, de lo que bien que sientes nadie te cree. Las raíces de esta situación están en nuestro pasado, en nuestra educación. Cuando somos niños comenzamos a notar el contraste, siempre que eres infeliz, todos son complacientes contigo, te ganas la simpatía, todos se portan cariñosos, te ganan el afecto de los demás, cuando eres infeliz las personas centran la atención en ti y así te vas volviendo un adicto a ser infeliz, por todos los beneficios secundarios que recibes.
Cuando el niño es feliz nadie lo escucha cuando está sano no le dan importancia, por eso el niño aprende desde muy temprano que si presenta un aspecto infeliz se ganará la simpatía, si aparenta estar enfermo será importante para su familia, así igualmente nota que siempre que está contento, satisfecho, lleno de regocijo despiertas la envidia de todo el mundo por eso aprende a no sentirse gozoso a no mostrarse feliz para que nadie esté contra él. Todas estas situaciones quedan grabadas en nosotros y nos llevan a ver y sentir el mundo de una manera equivocada, pero no tenemos por qué resignarnos. El hombre puede ser feliz inmensamente feliz, pero para eso hay que ser más espontáneos, volver a lo que nos es natural, buscar la armonía con la existencia, escuchar el suave murmullo de nuestro ser y despertar nuestra conciencia de ese estado de letargo en que se encuentra.
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