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lunes, 27 de abril de 2020

El amor y su falta


El amor y su falta
Por Helmuth H. Medina Bolaño

<< Cada ser humano forma parte de una historia de la cual no podemos deslindarnos y a la cual hay que llegar para poder reconstruirla y comprenderla, pero justamente somos unos sujetos en desconocimiento, que viven sin entender el ¿por qué?, el ¿Cuándo o el cómo?>>

A través de la experiencia teórica y clínica se tiene la posibilidad de poder <<leer>> -percibir, escuchar- claramente como muchas personas han vivido y aún continúan confiando en la promesa que algún día encontrarán su completud la horma para sus zapatos, su media naranja. Esperando ese amor imaginario, <<al otro que voy a llenar, y el cual, me llenare a mi plenamente…  y poder ser felices y comer perdices>>


 No se quiere, ni se busca al ser humano real con limitaciones, dones, defectos, virtudes, si no  que se ama lo que uno cree que ella (él) es, o lo que uno desea que sea – “yo te amo porque sé que tú eres comprensiva eres como te he soñado, yo sé que eres buena, linda, me tratas bien, eres chévere. etc”. Hasta que se estrella contra la realidad y vienen los problemas, los resentimientos, claro que algunos se empeñan en esperar que su pareja algún día cambie (“y sea como yo quiero”), en hacerle cambiar, o someterse a costa de su esencia como sujeto (“yo seré lo que tú quieres que sea" "Haré lo que me pidas”).

El psicoanálisis plantea que el ser hablante (humano) es primordialmente un ser demandante, y toda demanda es de amor, se busca quien satisfaga nuestras demandas sin percatarnos que él también tiene su carencia, su falta.

Deseamos lo que no tenemos, lo buscamos en el otro creyendo encontrarlo allí, pero el otro también está en falta  y es entonces cuando comienza el problema, la queja, el inconformismo. Porque no pueden darnos lo que nos hace falta, no podemos dar lo que no tenemos.

A pesar de todo esto  muchas parejas continúan unidas, algunas comprendiendo que no son dos medias naranjas, sino dos naranjas completas, otras viviendo de falsas esperanzas, o sucumbiendo una parte ante la otra.

Contra todas las vicisitudes y cumpliendo con sus añoranzas muchas parejas y emprenden uno de los fines más antiguos, para la perpetuidad de la raza humana, la procreación. Para muchas el embarazo es tomado como una respuesta a sus ruegos, este viene a servir como un mediador en la relación, medio de unión o de parche que llenará o tapará la falta (el niño como un deseo). Ya desde allí- y mucho antes- este niño que aún no ha nacido tiene un lugar. Lugar que es dado por los padres. El embrión está siendo espectador pasivo de una historia- de la cual forma parte- tejida a través del lenguaje, historia hecha de juramentos, oráculos de palabras que nos remontan a generaciones anteriores.

La madre en este tiempo puede tropezar con dos o mil maneras de vivir su maternidad, puede acabar transformada o destruida por ella. El niño que ha de llegar puede ser percibido como una amenaza dirigida contra la integridad narcisista de la madre, o esperado como un héroe (que tendrá que vengarla del infortunio de la vida).

Al nacer el niño, la madre se siente despojada de él. El niño a veces es vivido, en un nivel fantasmático, de una manera muy diferente a la que ha llevado en su vientre, al que ha esperado. Es posible que la mujer experimentó  su embarazo como un triunfo ahora pueda sentirse paradójicamente más desamparada que cualquier otra, y la madre que ha ido sacudid profundamente por su narcisismo no se reconozca en el niño y éste no consiga educarla rompiéndose a sí todo entendimiento.

Hay que tener en cuenta también, que la capacidad de la madre de ser maternal (receptiva) con su hijo le viene dada por la forma como ella siendo muy  niña recibió  a su vez un trato maternal, que, siendo ya adulta encuentra el sostén de un grupo involucrado por la llegada de su hijo. O sea, que su capacidad maternal se reactualiza por la cultura en que se halla inserta.

El recién nacido por su parte pierde todo los privilegios que gozaba dentro del vientre materno, no tiene ya complemento anatómico, y su estado de satisfacción  y equilibrio ha cesado. Es entonces cuando aparece en él la falta, la falta esencial, un vacío, la necesidad de oxígeno, de agua, de comodidad, de alimento… etc. La incapacidad del niño para satisfacer por sí mismo sus exigencias orgánicas requiere y a la vez justifica la presencia del otro; otro sin el cual es imposible la existencia y la supervivencia. El estado de tensión por la insatisfacción – privación origina manifestaciones corporales en el infante, que toman el valor de signos para ese otro, que es quien aprecia y decide comprender que el niño está en estado de necesidad y así satisfacerla. En estas primeras experiencias no hay ninguna intencionalidad por parte del niño. Por el contrario, esas manifestaciones toman sentido porque el niño es ubicado dentro de un universo de comunicación donde la intervención del otro es una respuesta a algo que se ha considerado una demanda (manifestación corporal). El otro remite al niño a través de su intervención un universo semántico, lo inscriben un universo de discurso, que es el suyo, es el discurso del otro.


La madre, es entonces otro privilegiado con respecto al niño, es promovida a la categoría de Otro, y lo somete (al niño) al universo de sus propios significantes.

El aporte  de alimento como respuesta de lo que se interpretó como una supuesta demanda es entonces la proyección del deseo del otro.

Esta experiencia primera de satisfacción deja una huella, una huella mnésica en el aparato psíquico del niño – En la memoria-.

Cuando el infante es satisfecho en su necesidad, se distensiona. Y este evento tiene para la madre un sentido, un valor de mensaje, que el niño dirigiría como un testimonio de reconocimiento – este sentido se basa en el deseo que la madre confirió -, ante esto ella responde con gestos y con palabras que serán para el niño la fuente de una prolongada distensión. Esta respuesta es la que va a hacer gozar verdaderamente al niño, más allá de la satisfacción de su necesidad. El amor de la madre agrega un goce extra a la satisfacción de la necesidad propiamente dicha. A través de esta experiencia de satisfacción – y desde allí- el niño es capaz de desear por medio de una demanda dirigida al Otro.

Cuando en el niño aparece una nueva necesidad este reconstruirá la situación de la primera satisfacción, la huella amnésica es reactivada – a través de la memoria funcionando como una presentación  anticipada de la satisfacción. Se satisface la necesidad presente –real- por medio de la satisfacción alucinatoria – el recuerdo-. La reaparición de la percepción es la realización del deseo.
La demanda como expresión del deseo, es doble. Más allá de la demanda de satisfacción de la necesidad, se perfila la demanda de algo más que es ante todo una demanda de amor y está formulada y dirigía al prójimo.

El lactante Humano para suplir sus requerimientos  y sobrevivir depende de otros, con los cuales) si no logra comunicarse cumple las expectativas de estos encontrará un destino marcado por la fatalidad. El niño se encuentra atrapado en el discurso de los padres, preso de su historia, de una historia que vas más allá delas fronteras intergeneracionales, es un sujeto que independientemente a la edad que posea se desconoce, que tiene marcas y deseos que lo esperan desde ante de nacer y que ayudan a determinar su lugar simbólico, real e imaginario.

Dr. Helmuth H. Medina Bolaño

Psic, DHom Med.;B.A Sc. Health

 

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